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martes, 24 de marzo de 2015

Un paseo por el Parque Bolivar de Medellin, Colombia


Míranos como bichos extraños, así como lo hicimos contigo Parque de Bolívar



Partir de allí era sentir que alguien te perseguía. Una mirada tras otra, de derecha a izquierda, demostraba el â??visajeâ??, pero aún así no se podía evitar. Igual que eran inevitables los pasos acelerados.  Como si ese fantasma que creías ver, fuera tras de ti y supiera cuántos billetes de mil, dos mil y cinco mil pesos guardabas en la billetera, esa que al sacarla te recordaba que debías reemplazarla por otra, su tiempo de vida había terminado hace mucho. No obstante, no querías salir de ella. Así como no querías salir de esas monedas de 200 y 500 que echabas en el bolsillito pequeño. Sin embargo, parecía que fueran a ser arrebatas en la semiósfera del Parque de Bolívar.


Un paseo por el Parque Bolivar de Medellin, Colombia



Eran las 2 de la tarde,  el sol poco a poco se escondía, lo más probable es que fuera a llover. Se escuchaba el murmullo de la gente, que se combinaba con el de los carros y con los negocios de comidas y los bares que hay alrededor. Ã?l practicaba Poi, sin que alguna de sus cuerdas se enredara entre ellas. Mostraba que la moda le importaba poco, o quizás, llevaba su estilo. Tenía puesta una sudadera azul, el prototipo de muchos colegios de Medellín, parecía como si ésta se hubiese quedado en quinto de primaria, mientras él creció a toda prisa y ya con ella sólo pudiera cubrir un poco más arriba de sus tobillos. Usaba también una camisilla negra, que dejaba ver los vellos de sus axilas, a su vez que eran adornados por los grumos de desodorante. ¿Qué antitranspirante usaba? Era difícil saberlo, pues él y sus amigas olían al sudor que queda después de un largo viaje. Tal vez llevaban días caminando de un lado a otro. El man era del Ecuador y ellas de España, más exactamente del País Vasco. Sin embargo, no parecían tener un destino final.


medellin


Traían consigo los recuerdos de la prehistoria, quedando atrapados en ella. Eran la representación de los nómadas, estableciéndose por corto tiempo en un lugar, para luego partir a otro. Ni de aquí, ni de allá. Su identidad ya se había perdido o quizás, tenían la identidad de todos, padecían un conflicto de semiósferas. Lo único que tenían propio era el prototipo o el estereotipo de mochileros, sus rastas, su ropa desgastada, impregnada del olor de la marihuana. Al igual que sus manos, se veían ásperas y con las uñas sucias, en las cuales posiblemente se encontrarían residuos de la yerba, esa que hace volar la mente.

Reflejaban tranquilidad, a simple vista se podría decir que estaban a gusto en el Parque de Bolívar. Ser turista significa en algunas ocasiones desconocer los peligros del lugar que se visita. La inocencia generalmente hace parte del recorrido. A diferencia de los que viven ahí, en este caso Medellín, en donde la mayoría estereotipan el parque como un lugar peligroso y al estar allí el miedo se hace presente. Como si los papeles cambiaran, los turistas se vuelven propios y los propios se vuelven turistas.
parque bolivar


Los olores aparecieron. Cada vez que dabas un paso te perseguían. El olor a berrinche era inevitable. Similar al que se siente en los alrededores de algunas estaciones del METRO de Medellín. Era fácil relacionarlo con esa fetidez del Parque de Berrío. â??Miaosâ?? sobre â??miaosâ?? en las esquinas de las paredes. En los árboles, en las raíces de los mismos. Orines que servían para que el tronco creciera frondoso y tuviera hermosas ramas. Aquellas que a su vez dejaban ver unas hojas verdes y radiantes, donde se posaban los pájaros a comerse las frutas. El Parque de Bolívar es un â??miaderoâ?? casi por completo. Hace recordar esa canción de los Toreros Muertos que dice â??â?¦Y creo que he bebido más de 40 cervezas hoy. Y creo que tendré que expulsarlas fuera de mí. Y subo al â??waterâ?? que hay arriba en el bar. Y la empiezo a mear y me echo a reír y me pongo a pensar dónde iráâ?¦Se expandirá por el mundo, pondrá verde la selva, y que más me alegra, es que mi agüita amarilla será un liquido inmundoâ?¦â??[1]
También hay que decir que el lugar tiene su bandera y algunos habitantes de allí la izan con orgullo. Lleva los colores amarillo, azul y rojo tradicionales de Colombia, agregándole el color verde. Son unas sombrillas enormes. Unas 20 ó 25 quizás, que los vendedores ambulantes usan para cubrirse del sol y la lluvia. Sus puestos están repartidos en todo el parque. La mayoría venden Trident, cajitas de chicles, coffee de light, bon bon bum, maní y diversos dulces, casi todos económicos. Incluyendo también los minutos a celular a 200 pesos, que casualmente valen lo mismo, como si todos se hubiesen puesto de acuerdo. Además, los cigarrillos que no pueden faltar, importándoles poco esa ley impuesta por el gobierno que les impide venderlos individuales, pues es a partir del menudeo de estos que sustentan su vida.


relato



Doña Mariluz, por ejemplo, es una vendedora ambulante que lleva muchos años allí. Se sentía feliz por ser fotografiada. No sabía cómo posar y cómo acomodar su carrito repleto de termos de tinto. Quería salir bien, así que se puso la mano en la cintura, como el prototipo de reina de belleza. Sin embargo, cuando la cámara iba a capturarla, comenzó llover. De inmediato ella sacó su sombrilla destartalada, que ni la cubría bien, pero aún así, no quitó la sonrisa de su rostro. Esa misma sonrisa que no quiso dar un travesti, quien ya era adulto y cargaba un cajón de dulces y cigarrillos. No se dejó fotografiar porque decía estar muy viejo para esas cosas. Si se quería saber algo más de él, había que pagarle por una entrevista.



viaje


Cerca de ese travesti se escuchaba a alguien gritar, su voz inundaba casi todo el parque. Era un extraño alarido. Al principio no se entendía. Después de escuchar atentamente decía -¡Leeve los chicles!-. Ir hacia donde provenía llevaba a una anciana, que increíblemente estaba sentada en el piso, dentro de una especie de carpa que media no más de un metro y medio. Tal vez era inválida, pues cerca de ella era posible ver una silla de ruedas. Si no podía mover sus piernas, sí tenía una voz lo suficientemente aguda como para llamar la atención de los que se encontraban ahí. Aunque los propios habitantes ya estuvieran acostumbrados a ésta.



Un paseo por el Parque Bolivar de Medellin, Colombia



Por otra parte, el Parque de Bolívar es el asilo de algunos ancianos de Medellín, sus sillas están pobladas de estos. Se van para allá bien â??pinchadosâ??, casi todos con sus camisas y sus pantalones planchados. Se sientan en las bancas y se hacen embetunar los zapatos, mientras leen el periódico, se fuman un cigarrillo y hablan con sus compañeros sobre las anécdotas de sus vidas.  Huelen a la loción propia de ellos, esa colonia que aún si saber su nombre, simplemente huele a viejito, a muchos años que ya les pesan. A enfermedad en unos. A un cuerpo que está débil. Como dice Fernando Vallejo â??La vida es un sida. Si no miren a los viejos: débiles, enclenques, inmunosuprimidos, con manchas por todo el cuerpo y pelos en las orejas que les crecen y les crecen mientras se les encoge el pipí. Si eso no es sida entonces yo no sé qué esâ??.[2]

Don Jesús es testigo de todo lo que pasa en el parque. Acercarse a él era encontrar en cada una de sus palabras las vivencias de un viejo que camina de allí para acá, observando una semiósfera que guarda tribus urbanas. Es propio de allá, decía que era su hogar porque pasaba la mayor parte del tiempo ahí. Cargaba un radiecito y tenía sintonizada una emisora, de esas que ponen guasca. Sonaba algo como â??â?¦Me contaron que no eres la misma, me contaron que mucho has cambiado, me contaron que nadie se arrima. ¿Será que tu cuerpo estará envenenado?..â??[3]. Ã?l sabía perfectamente quién la cantaba, decía con orgullo que era de Los Legendarios. Esas canciones le hacían recordar las cosas del pasado. Olía a cigarrillo, quizás fumaba Boston o Piel Roja, así como aquel viejo que se encontraba frente a él.
La Catedral Metropolitana que está en el parque los acompaña en su rutina. Ese día olía a sahumerio. El templo representa un patrimonio cultural, por tanto se ha convertido en un arquetipo. Si pudiera hablar, el mismo Papa vendría a callarlo por ser cómplice de las cosas tan tremendas que se ven allí. Es paradójico que mientras unos fieles entran a orar, a repetir el padre nuestro, a escuchar el evangelio; otros están afuera cometiendo los pecados, o tal vez, tanto feligreses como pecadores aplican la famosa frase que dice â??El que reza y peca, empataâ??.


medellin


Una señora gorda, con el cabello largo y una vestimenta sobria se veía clandestina y misteriosa. Al lado de ella una mujer que le daba unos â??plonesâ?? a su cigarrillo. Dejaba que el humo saliera por su nariz, al tiempo que le pasaba su cigarro a la otra. La gorda con cierta cautela le decía cerca al oído lo que veía en el tabaco. Quizás le predecía un futuro bueno o malo, posiblemente se aprovechaba de la ignorancia ésta y le decía el número que debía jugar para ganarse el chance, quizás era el 11 11, pues casualmente aquel día el 11 se había puesto de acuerdo para estar en la fecha, el mes y el año.



parque bolivar


Las prostitutas también esperaban tener suerte ese día. No se dejaban achantar por el ruido de los carros, que por ser en la tarde pitaban de manera más constante. Antes veían a sus conductores como posibles clientes, como aquellos hombres que iban a poseer sus cuerpos por menos de 30 mil pesos. Ellas olían a loción barata, a alguna copia que consiguieron en â??El Huecoâ??. Siempre mostrando su cuerpo, resaltando principalmente su culo y sus tetas, lo que llevan entre sus piernas lo guardan hasta llegar a la habitación. Al frente del parque se veía una muchacha, tenía un vestido de tigresa, que más bien parecía un camisón, pues sólo le llegaba  hasta el borde del trasero. Así como ella habían otras, unas vestidas con colores más fuertes, con blusas â??floripepiadasâ?? brillantes, botas rosadas y el tipo de prendas que las hacen reconocer como prostitutas, sin faltarles el parado en las esquinas. A pesar del frío que hacía, eso no era inconveniente para ellas. Sus pies debían tener ese olor que se desprende del piso, del cemento cuando se ha calentado mucho y luego recibe la lluvia.



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Caía un aguacero tremendo, parecía que fueran a llover maridos o más bien, víctimas para las mujeres de la vida alegre. En una banca había un indigente, era fácil reconocerlo por su ropa sucia y su mal olor, como si en él ya los berrinches del Parque de Bolívar se hubiesen quedado impregnados del todo. Porque así es, el sitio también se ha convertido en el hogar de los habitantes de la calle.


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Finalmente, ¿Qué sentirá Bolívar en su caballo? Su estatua ecuestre debe soportar esas â??extorcionesâ?? que hacen algunos vendedores ambulantes a los turistas. Tiene marcado algo que dice: â??BOLíVAR, Libertador de Colombia, Venezuela, Ecuador y Perúâ??.Es posible afirmar que los habitantes del parque se identifican con esa frase, pues el lugar les permite tener libertad en algunas cosas que el resto de la ciudad les niega. No obstante, también pueden estar presos y más que encarcelados, se deben sentir aislados por una sociedad que los ha olvidado. Una que llega allá a criticar cada uno de sus rincones, sus olores y sus ruidos.
Pese a esto, varios días después quedamos con la sensación de quererlo capturar de nuevo. Sin embargo, él no nos lo permite. Sólo da el chance de obtenerlo de manera general si no hay dinero de por medio, pero queríamos quedarnos en cada uno de sus detalles, porque son ellos los que lo hacen único. Está lleno de una parte de nosotros. Hasta ayer nos hizo caer en cuenta de ello, o no queríamos verlo. Nos dijo -¡Sí, existo!- y nos lo mostró con sus olores a berrinche, a prostituta, a viejito, a indigente y a carritos de dulces, tinto y cigarrillo. Llenando a su vez nuestros oídos de â??Lleeeve los chicles- -Papi, son 5 mil hora- y el revoloteo de las palomas. Un contraste entre lo ordinario y lo natural que nos decían â??Podemos vivir juntos, ¿Ustedes por qué no quisieron vivir con nosotros?- .Te vetábamos en nuestras vidas y cuando llegamos a buscarte no quisiste abrirnos la puerta. Te entendemos. Ahora cobra por una entrevista o por una fotografía.
Por: Vaneza Yepez, en colaboración de Sandra Villa, Paola Mosquera y Yasmin Rendón.

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