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miércoles, 8 de abril de 2015

John Fante, Abril 8 1909


John Fante, Abril 8 1909

Caminar con la mirada vacía y el plexo atestado de palabras no es extraño en lo absoluto. Que fuera Sábado por el medio día cuando me encontraba vagando por las calles del centro sabiendo que necesitaba un cambio de ropa, una ducha o mínimamente lavarme la cara por decencia. Me hallaba desorientado notoriamente.
Bendita resaca, no había dormido prácticamente nada. Llevaba una taza de café en la tripas. Tenía los bolsillos bien surtidos de dinero pero no tenía hambre. Caminé e imaginé que alguien me llamaba desde el otro lado de la calle, la cual se encontraba llena de puestos de libros. Seguí la voz sabiendo que solamente era mi imaginación, pensé en hacerme de algún libro del buen Chinaski.
Llegué a un local donde sabía podrían tener alguno, incluso podría tener al el mismo Chinaski amarrado a una silla esperando escapar de ese sitio espantoso para después poder beber algunos tragos y olvidar que era Sábado (de Gloria).
Al bajar la vista en busca de los típicos libritos de la editorial Anagrama identifiqué rápido el que parecía ser uno de los buenos. Sabía que había encontrado algo aunque el brillo del plástico nuevo no me había dejado ver el título. Lo moví, me llevé una sorpresa al observar que se trataba de â??La hermandad de la uvaâ?? de John Fante. Lo tomé fuertemente de un jalón, con más seguridad de la que pude haber tomado una cerveza. Lo llevé a un tipo que descansaba en una silla a unos pasos del local.

-Quiero el libro- le dije.

Me extendió la mano pidiéndome el libro, se lo entregué. Lo miró por el reverso y me dio precio. 180 miserables pesos, le pagué. Dispuse a mover mi cuerpo del centro de la cuidad. Tomé un taxi.
Sólo una semana atrás había terminado de leer mi primer libro de Fante (Pregúntale al polvo) estaba maravillado con volver a toparme con su prosa. El año pasado había intentado conseguir algún libro de él en una de esas librerías que puedes identificar fácil por sus campañas de publicidad de fondos amarillos y letras negras, con chistes burlándose de los no lectores, las cuales irónicamente llevan el nombre de un pacifista. No me pudieron conseguir el libro, así como algunos otros más.
Supe que había tenido un poco más que suerte aquel Sábado. Supe que aquel libro me había gritado por mi nombre, Fante sabía que necesitaba ver una cara conocida en ese momento.


Es Abril, llevo escribiendo felicitaciones a mis autores y músicos preferidos casi todos los meses que han transcurrido desde Diciembre del pasado 2014. ¿Por qué? Supongo que por aburrimiento. Por el mal sentimiento que me produce ver una línea de tiempo llena de imágenes de vanguardia o que incitan a la idiotez colectiva. Tal vez porque si llego a revisar después de un tiempo me tope con que hay algo bueno en esto y no solo las tandas de imbecilidad que se manejan en estos días, en fin.
No sé como celebraría Fante, tal vez se tomara algunos whiskies, tal vez se haría de algo nuevo para estrenar, no lo sé.
Aunque estoy casi seguro de que al terminar el día Fante estuviese sentado frente a su maquina, escribiendo con ese valiente espíritu que él poseía.



Fragmento Pregúntale al polvo

Antes de irme me quedé en la ventana y eché una última mirada a la habitación. Fíjate bien, porque aquí es donde ocurrió. Ha sido un momento histórico. Me eché a reír. Arturo Bandini, el fino, el elegante; convendría oírle hablar sobre las mujeres. Pero aquel cuarto parecía la materialización cabal de la desdicha, pedía a gritos alegría y calor. Era el cuarto de Vera Rivken. Se había portado bien con Arturo Bandini, pero no tenía un real. Saqué el pequeño fajo de billetes del bolsillo, cogí dos de un dólar y los puse sobre la mesa. Bajé por las escaleras a continuación, con los pulmones llenos de aire, extasiados, y con los músculos más fortalecidos que nunca.
Pero había una mancha oscura en el fondo de mi cabeza. Anduve por la calle, dejé atrás la Noria y algunos tenderetes y me pareció que se intensificaba; algo que me alteraba la paz, algo vago e indefinido que se me colaba en el cerebro. Me detuve ante un puesto de hamburguesas y pedí café. Se iba apoderando de mí: la inquietud, la soledad. ¿Qué me ocurría? Me tomé el pulso. Me iba bien. Soplé el café y me lo tomé: estaba bueno. Me escruté, noté que los dedos interiores me palpaban y rebuscaban, pero sin alcanzar del todo lo que me molestaba dentro. De pronto me sobrevino como una tormenta eléctrica, como la muerte y la destrucción. Me levanté del taburete y me alejé del mostrador lleno de miedo y anduve a buen paso por el camino de tablas, cruzándome con personas que se me antojaron extrañas y fantasmagóricas: el mundo me parecía una fábula mítica, un plano transparente, y todos los seres que lo habitaban estaban en él solamente unos instantes; todos nosotros, Bandini, Hackmuth, Camila, Vera, todos nosotros estábamos en él solamente unos instantes, transcurridos los cuales aparecíamos en otro lugar; y no estábamos vivos de manera definitiva, nos acercábamos a la vida, pero no acabábamos de poseerla. Nos vamos a morir. Todos nos íbamos a morir. Hasta tú, Arturo, hasta tú tienes que morir.




Felicidades Fante.

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