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La miro sin que se note. Destapa con delicadeza su estuche. Toma el pincel con sus delgados dedos, ¡Qué encanto!. Es un acto mágico, sagrado, inolvidable. Todavía quedan bendiciones en envases de amanecer.
Desliza el rimel con firmes estocadas, y ante cada caricia, las pestañas reverencian a su merced. Al fondo, el mar que contempla asombrado, nos regala una estrofa de Ra.
Un sutil haz de fino extracto de sol; inunda de fulgor su rostro. Mejillas que se visten de purpurina, festival de colores y el júbilo que se deleita (...) mientras hace las paces con la emoción. Voltea hacia mi y me bendice con la indulgencia eterna, parpadeo acompasado, primor con formas fantasmagóricas de calma. Estoy en paz.
Son alas francas y sublimes, aquellas, donde belleza y religión se confunden, aquellas, donde el amor vence al remordimiento. Son sus pupilas en donde me miro - sin ellas -, no hay destino ni camino. Hay cierta simetría entre esas cejas, sus ojos y Dios. Me acongojo y sonrojo, me acaba de mirar el alma.
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