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jueves, 12 de marzo de 2015

Alejandro Dolina, Bar del Infierno, Segunda Parte




ALEJANDRO DOLINA
BAR DEL INFIERNO
SEGUNDA PARTE


El otro infierno
El bar VI
Esperas
Bares
Pintores chinos II
Soles chinos
Sombras
La conversión de los descreídos
Olvido


EL OTRO INFIERNO

Hay más allá del infierno, otro infierno imprevisto y posterior. Durante un tiempo, el condenado se instala en el tormento, lo incorpora a sus hábitos y busca consuelo en la idea de que nada peor podrá ocurrirle. Es entonces cuando cae en otro infierno, el verdadero, cuyos sufrimientos son imposibles de comprender y de calcular.
El infierno como castigo por los pecados es, al menos, razonable. Uno arde en ríos de fuego pero atesora una convicción inevitablemente dichosa: el universo tiene un propósito ético; en algún lugar están los bienaventurados; en algún lugar está Dios.
El verdadero infierno es, antes que nada, injusto. Uno no sabe por qué está allí, ni cuáles son sus culpas, ni cuál es el Plan que está cumpliendo.
Infiernos benignos permiten conocer el camino para evitarlos.
Mucho pero es que cualquiera se salve y cualquiera se condene.
Ignorar las consecuencias de los propios actos, eso es el infierno.


EL BAR VI

La esperanza prospera aun bajo las condiciones más inadecuadas. Una noche, la bruja más vieja del salón anunció que pronto llegaría un ángel y que su llegada nos permitiría hallar una puerta. Nos recomendó que estuviéramos atentos a las señales: una lluvia interior, unos vientos de pasillo, unas pequeñas solemnidades teatrales.
Más tarde, circularon rumores subsidiarios: faltaba poco, la puerta estaría pintada de verde, el ángel sería en realidad una mujer.

Una madrugada, en medio de uno de nuestros más densos aburrimientos, una voz anunció:
â??Señores, ha llegado el ángel.
Inmediatamente apareció una mujer, más bien terrestre, a la que no habíamos visto nunca. También pudimos registrar una brisa helada, un mínimo rocío de yeso y un parpadeo de las luces.
El ángel, llamémoslo así, encaró al rubio Bernardi y le dijo, dándose aires de esfinge, que iba a someterlo a unas pruebas, de cuyo resultado iba a depender la suerte de todos. Entonces, comenzó una serie de ínfimas adivinanzas, torpemente montadas como alegorías.
Señalando dos copas, la mujer dijo que una representaba el determinismo y otra el libre albedrío. Enseguida, pidió a Bernardi que eligiera. El rubio objetó que, si era cierto que podía elegir, las dos copas eran las del libre albedrío. Y se las tomó una tras otra.
Un poco borracho, el violinista Graciani declaró que tal vez todo aquello estaba escrito, en cuyo caso, las dos copas eran las de la fatalidad.
Después, la mujer se refirió a las dos flores que adornaban su pelo. Y juró que una era el pasado y otra, el porvenir. Pidió entonces a Bernardi que tomara sólo una de ellas. Pero el hombre le había tomado el gusto a la astucia de suspender el juicio y se apoderó de una flor que el ángel tenía en el escote.
El resto fue fácil. La mujer mostró los ya célebres libros de la verdad y la mentira, que dicen la misma cosa. Y también los dados de la suerte y la desgracia. Bernardi, embalado, siguió floreándose en la simple negación de dualidades, que suele dar renombre de sabio en los foros poco exigentes.
Finalmente, la mujer señaló a dos muchachas y prometió que una cerraba todas las puertas con sus besos y que la otra las abría. El rubio fue convidado a la última y definitiva elección. Bernardi, que ya tenía bastante besadas a las dos chicas, se prendió con el ángel, más allá de toda consideración de neutralidad.
Sosegadas las caricias, la mujer señaló una puerta cualquiera y dijo que ésa era la salida. Algunos se apresuraron a atravesarla, entre ellos, el rubio Bernardi. Desde luego, la mayoría de nosotros ni se movió de su silla. La mujer se esfumó.
Al rato, Bernardi y sus seguidores regresaron. Nos miraron como si no nos conocieran, se presentaron ceremoniosamente y nos dijeron que habían escapado de un bar, del que era imposible salir.


ESPERAS

El joven Kâ??uai estaba ansioso por hacerse mayor de edad. Sus padres le habían prometido ricos obsequios y habían previsto para él el ingreso a la carrera de los honores administrativos. Pero el día tardaba en llegar y el muchacho no soportaba tanta dilación.
Una noche se le presentó un genio y le ofreció como regalo un ovillo de hilo sedoso.
-Este ovillo evita la espera-explicó-.Cuando quieras que algo suceda inmediatamente, suelta un poco de este hilo, que es el tiempo, y el futuro se hará presente. Eso sí, úsalo con mucho cuidado.
El joven aceptó el obsequio, tiró del hilo y se hizo mayor de edad en una fiesta deslumbrante. Allí conoció a una joven que le dio esperanzas de amor. Entonces aflojó el cordel para que aquellas esperanzas se cumplieran. Se arregló el matrimonio y el joven Kâ??uai siguió desenrollando el ovillo para que llegara el día de la boda. Después, lo hizo para que naciera su hijo y para verlo crecer.
Hubo otros hijos y sus hijos tuvieron hijos y todo sucedió sin esperas, gracias al ovillo prodigioso.
Una tarde, ya viejo y enfermo, quiso soltar un poco de hilo para aliviar sus dolores. Al hacerlo, vio que el cordel se había terminado.
Entonces apareció el genio, que era una criatura demoníaca y le dijo:
-Te recomendé que lo usaras con prudencia. Tu vida se acabó.
Kâ??uai murió. Desde su primer encuentro con el genio había pasado un mes.

II

El maestro Wu Chang enseñaba que casi toda nuestra vida es espera. â??Vivimos en vísperas perpetuas de sucesos que, cuando ocurren, resultan también ser vísperas. El tiempo que pasamos esperando es infinitamente más amplio que el tiempo que ocupan los sucesos esperados. Algunos reducen este último tiempo a ceroâ??.
Wu Chang negaba la existencia del placer. Para él sólo había un deseo creciente y su abolición repentina. Un goce desligado de la idea de tensiones previas y alivios posteriores le resultaba inconcebible.
En el famoso lupanar del Ciervo Celeste, en Loyang, los hombres aguardaban su turno en una antesala donde se les servían unos delicados licores. Al mismo tiempo, unas damas les hablaban de los placeres que se avecinaban.
Nueve bailarinas-las más hermosas del imperio-danzaban alrededor de los visitantes de un modo que estimulaba a la vez el espíritu y el instinto.
La cortesana Kóu Heï solía aparecer envuelta en una leve túnica para recitar unos atrevidos poemas.
Después de varias horas, entre promesas de futuros goces, los hombres eran invitados a retirarse y unos ásperos guardianes les informaban que sus placeres ya no estaban en el futuro sino en el pasado.


BARES

I

A fines del siglo XIX funcionaba en Londres, en el siniestro barrio de Whitechapel, un bar frecuentado por suicidas. Allí, cada noche, alguien era obligado a matarse.
No está claro cuál era el procedimiento para establecer cuál de los parroquianos debía morir. Algunos hablan de un sorteo, o de un juego de naipes, o de un licor envenenado.
Durante un tiempo, el establecimiento estuvo de moda, no sólo entre los que buscaban la muerte, sino también entre jóvenes aristócratas deseosos de fuertes emociones fuertes, que iban allí a tomar una copa como quien juega a la ruleta rusa.
Pasado su momento de esplendor, el bar se hizo menos concurrido y, por lo mismo, más peligroso.
Algunas noches no iba nadie y los aburridos mozos, por pura seriedad profesional, se suicidaban.

II

Cerca del puerto de Nueva Tiro, en la antigüedad clásica, había una taberna en donde se auspiciaba la embriaguez de los extranjeros para apresarlos y entregarlos a los piratas, que los vendían luego como esclavos en el sur de Italia.
La codicia de los propietarios los condujo a ampliar las capturas, de modo que fueron abolidos los requisitos del alcohol y el nacimiento lejano. Así, se procedía a esclavizar directamente a todo el que entraba.
Ante ese trato descomedido, la gente dejó de ir.


PINTORES CHINOS II

El duque Ling era un cruel tirano del Estado de Tsin que tenía la costumbre de cazar a sus súbditos como si fueran animales salvajes. Súbitamente entusiasmado por las artes, convocó a su palacio a los mejores pintores de la región y los obligó a trabajar día y noche. Era su intención que las obras de aquellos artistas fueran las más perfectas de los estados chinos.
Todos los días, el duque inspeccionaba las pinturas. Jamás las encontraba de su gusto. Se complacía en señalar a cada pintor la diferencia entre las ilustraciones y la realidad.
â?? ¿Por qué el ruiseñor parece más grande que el perro? â??preguntaba con ironíaâ??. ¿Dónde has visto soles verdes? ¿Por qué no puedes pintar la lluvia con cada una de sus gotas? Ese mandarín jamás podrá entrar por la puerta de la pagoda que se divisa en el fondo.
Muy frecuentemente los pintores pagaban su incompetencia con la vida. Finalmente, hizo traer desde Ch'u al pintor y calígrafo Hui, que tenía un prodigioso dominio del pincel y el estilete. Sus obras reproducían la realidad de un modo tan fiel que muchas veces se confundían con ella. Las abejas solían acercarse a los jazmines que dibujaba Hui. También realizaba estupendos trabajos de escultura y orfebrería. Había construido una jaula de plata con dos pájaros de oro en su interior, tan perfectos que los servidores del palacio les acercaban mijo para alimentarlos. Las frutas de cera engañaban a los mirlos más astutos.
El tirano Ling, asombrado ante aquellas imitaciones, le ordenó que le hiciera un retrato. Hui, apartándose de las reglas tradicionales de la etiqueta y el dibujo, que recomendaban disimular las asimetrías del modelo, terminó la obra con la mayor exactitud. Parecía tan real que los cortesanos tomaron por costumbre hacer una reverencia al pasar frente al retrato. Todos dijeron que los dibujos de Hui formaban parte de la naturaleza y que cualquier intento de mejora en ellos sería una grave falta.
Una tarde, el sabio consejero y ministro Chau Tun se atrevió a cuestionar seriamente esta clase de realismo. Dijo, en presencia del duque, que el arte debe diferenciarse de la realidad, ya que esas diferencias son precisamente las que producen placer a los espíritus sensibles. Es el artista y no la naturaleza el que decide el rumbo a seguir. Es el poeta y no la flor el que elige las palabras que serán para nosotros una rosa.
El tirano Ling expulsó a Chau Tun de la corte. Pero no pudo impedir que sus preceptos fueran seguidos por todos los artistas. A partir de entonces, para pintar una mariposa, se pintaba una joven. Para aludir al tiempo, se dibujaba un llanto. Para nombrar un diamante, se hablaba de una estrella. Los historiadores del Estado de Tsin comprendieron aquellas lecciones y cuando el tirano fue estrangulado por un pariente, escribieron que el Arquero Celeste había clavado una flecha en el retrato de Ling y que éste había muerto al instante.
Ahora mismo, yo les cuento esta historia para decir que el cielo está gris y que nadie me ama.


SOLES CHINOS

En algunas regiones de la China se creía que una divinidad llamada Xi He había engendrado diez hijos, que eran diez soles. Conforme a las disposiciones del Soberano del Mundo, los hermanos se turnaban en la importante tarea de iluminar a los hombres, favorecer el crecimiento de las plantas y establecer la duración de las jornadas.
Los soles descansaban en la región de Tanggu, junto a un estanque que marcaba el punto más oriental del Universo. Los hermanos acostumbraban a bañarse en aquellas aguas que, por esa razón, se mantenían siempre calientes.
Junto al estanque, se alzaba el árbol llamado Fu Sang, que según se calcula tenía una altura de varios miles de metros y cuyo tronco sólo podía ser abarcado con los brazos unidos de mil personas.* Cada hermano había elegido una rama para su descanso.
Pero los soles se aburrieron de aquel régimen y las largas esperas. Pensaron entonces en salir todos juntos cada mañana y corretear por los cielos, formando grupos e inventando juegos.
Al día siguiente, los diez hermanos abandonaron el estanque de Tanggu y trastornaron las disposiciones del Soberano del Cielo. La Tierra se calcinó **. Ningún objeto pudo proyectar sombra. Los ríos se secaron, los campos se incendiaron y los hombres tuvieron que correr a refugiarse en el fondo de las cavernas.
El emperador Yao era un hombre virtuoso que vivía humildemente en una cabaña rústica. Yao ordenó a los soles supernumerarios que abandonaran el cielo, pero su orden fue desoída.
Entonces, el Soberano del Cielo decidió intervenir. Convocó de inmediato a Hou Yi, el héroe celestial y le dijo las siguientes palabras:
-Los hijos de Xi He han traicionado mi voluntad y hacen alarde de su poder en la altura. Toma este arco rojo y estas diez flechas blancas y castígalos.
Hou Yi descendió a la Tierra y allí pudo apreciar las calamidades producidas por los diez hermanos y el sufrimiento del pueblo. Lleno de furor, Hou Yi le lanzó una flecha a uno de los soles. Hubo una gigantesca explosión y luego se vio caer una bola encendida. Los demás soles trataron de huir, pero Hou Yi los fue derribando uno a uno.
Cuando preparaba su flecha para bajar al último, intervino el sabio emperador y le pidió que lo dejara, después de explicarle las ventajas de uno sol único y previsible. ***
El héroe guardó sus armas y se marchó a buscar otras aventuras.
En algunas regiones de la China se niega la gesta de Hou Yi y se sostiene la cosmología original de diez soles distintos y sucesivos.
También puede pensarse que cada sol es diferente, que todos los días amanece un astro recién nacido. Nada se repite, nadie regresará.

* Significa que el árbol tenía un diámetro de casi cinco cuadras. (Nota de Dimas Santángelo.)
** Lo mismo sucedió cuando Helio permitió que su hijo Faetonte condujera el carro del Sol. (Nota de Dimas Santángelo.)
*** Llama la atención que el detalle no hubiera sido previsto por la divinidad. Bastaba con entregar nueve flechas. (Nota de Dimas Santángelo.)


SOMBRAS

Discutir la relación entre un cuerpo y la sombra que proyecta es un asunto menos relacionado con la física que con la magia y la poesía.
Los hechiceros más ortodoxos tienden a considerar a la sombra como una prolongación del ser, de suerte que cualquier daño que se viniera a causar en ella afectaría directamente a la corporeidad.
El filósofo y asceta Sankara abandonó el mundo a los ocho años y empezó a recorrer la India tratando de restaurar el hinduismo frente al avance de los budistas. Cuentan que habiendo discutido con el Gran Lama, tuvo la ocurrencia de enfatizar sus argumentos levantando vuelo. El Lama percibió la sombra de Sankara arrugándose en las desigualdades del terreno y calvó su cuchillo en ella. El maestro Sankara, achurado, cayó muerto al suelo.
En los funerales de la China, cuando llegaba el momento de cerrar el féretro, todos se alejaban unos cuantos pasos y, de ser posible, pasaban a otra habitación. Se pensaba que su una sombra quedaba atrapada por la tapa del ataúd, la salud de su titular declinaría dramáticamente.
En Arabia aseguraban que cuando una hiena pisaba una sombra humana, la persona quedaba petrificada.
La sombra de una cosa ya es la cosa. Pero también es su fantasma, su versión imperfecta, su borrador, su estado decadente.
Los Brujos de Chiclana después de años de paciente ejercicio de las sombras chinescas, llegaron a percibir algunos casos que señalaron como prodigiosos.
El ingeniero Domingo P. Bonfante tenía la sombra retrasada, de tal manera que sus acciones se proyectaban en el suelo y en las paredes unos diez minutos después de haber sucedido.
Se trata de un caso mucho más dramático que el de los caballos sin sombra de las cuchillas orientales, que presentan esta anomalía a causa de su enorme rapidez.
Mucho más interesante es el fenómeno inverso, la sombra que se adelanta a los acontecimientos. Las personas que realizan esta clase de proyección están, naturalmente, en condiciones de profetizar.
Debemos reconocer, sin embargo, que no se trata de asuntos muy corrientes. La enorme mayoría de los hombres apenas si puede percibir la sombra de lo que está haciendo en ese momento. Pero aun en los vulgares casos de simultaneidad puede encontrarse alguna heterodoxia: Manuel Mandeb aseguraba que su cuerpo seguía a su sombra La distinción no es temporal sino lógica. Para Mandeb, su sombra decidía y su cuerpo obedecía servilmente. Más aún, el pensador de Flores creía que casi nadie tenía la capacidad de establecer el lugar del que provenían sus decisiones.
La separación de cuerpos y sombras es un asunto literario de relativo éxito cuyo punto culminante es la figura de Peter Pan. Pero si es raro que un hombre busque a su sombra, mucho más exótico es encontrar una sombra en busca de su cuerpo. Cerca de los baños del bar La Academia, hay una solitaria oscuridad sentada que anda rastreando a alguien. No tiene el menor dato sobre lo que busca ni sobre lo que es. Los mozos suelen confundirse al señalarla y los poetas billaristas que cunden en ese lugar afirman que todos somos esa oscuridad.
El guerrero Tukaiwata tenía un poder directamente proporcional a la longitud de su sombra. Amanecía invencible y se debilitaba progresivamente hasta el mediodía, momento en que quedaba exánime. Después, a la tardecita, su fuerza volvía crecer. Nadie explica lo que sucedía a la noche, tal vez para evitar un verdadero caos de fortalezas y flojedades entreveradas. Alguien descubrió el secreto del vigor de Tukaitawa y lo mató con el sol en lo más alto.
Los Brujos de Chiclana juran que la sombra del pájaro que se llama saviá restituye a los hombres provectos el entusiasmo venéreo. Sólo hay que correr bajo la sombra del pájaro en vuelo, sin que ninguna parte del cuerpo quede expuesta al sol. No es un asunto fácil, ya que el saviá es un ave pequeña y veloz. Además, hay que cuidarse mucho de no confundirlo con el benteveo, que según todos sabemos, produce un efecto exactamente opuesto.
El que pisa la sombra de la estatua de Florencio Sánchez atrae sobre sí una credulidad patológica que lo convierte en víctima de los gandules del barrio.
Se dice que un cierto duraznero de Sáenz Peña produce unos frutos cuya sombra puede comerse. Los brujos previenen sobre la necesidad de asegurarse de no comer la sombra de duraznos verdes, que causan penurias que van desde el desengaño amoroso hasta el apurón digestivo.
Si alguien se acuesta desnudo a la sombra de la señora Herminda C. de Fitz, será inevitable que su cuerpo se coloque en disposición lujuriosa.
El músico Ives Castagnino ha insistido en que ciertas músicas proyectan sombra. Algunos han querido ver en esta afirmación una astuta alegoría de la armonía y el contrapunto. Sin embargo, Castagnino aseguraba a sus discípulos que, si uno cantaba con fe, era posible protegerse del solazo de enero bajo el fresquito benéfico del estilo El tirador plateado.
Se cree en algunos cafetines que las sombras de las novias fugitivas suelen regresar a sus antiguos amores. Algunos piensan que todos estos regresos parciales son anticipos de la reanudación total del tráfico afectivo. Otros conjeturan que en estos casos la sombra es símbolo de las cenizas, de los restos, del oscuro excipiente del fuego amoroso. Una noche de mayo, se presentó en la pieza de Manuel Mandeb la sombra de su novia Beatriz Velarde, que lo había abandonado, según se dice, en otra vida o en el mismo momento de nacer, ya que Mandeb no recordaba haber vivido un solo instante que no estuviera teñido de pesar por la ausencia de Beatriz.
La sombra se hizo repetir antiguas confesiones, lloró un rato y luego admitió que una Beatriz Velarde contante y sonante se hallaba en ese mismo momento en compañía de otro señor. Después, enfatizó el poder poético de los recuerdos, la dignidad de lo caduco, la perfección de lo que no está.
Mandeb, con un pretexto cualquiera, fue hasta el patio y después de saltar unos alambrados pudo escapar a toda velocidad por el terreno de un vecino. No volvió a su casa hasta varios días después. La sombra ya se había ido.
El gigante Gorrindo, como se sabe, arrebata la sombra de los peregrinos cortándolas como un facón luminoso. Otros ladrones de sombras son los Enanos Pelirrojos. Según la leyenda, estos diminutos seres roban fragmentos de sombras. Lo hacen del modo más impune, pues casi nadie tiene el escrúpulo de comprobar periódicamente que su sombra esté completa. Los enanos van guardando estos retazos en una enorme cueva subterránea cuyo emplazamiento se discute. En el final de los tiempos, que no está lejano, los enanos zurcirán los fragmentos robados y producirán una larga y extensa noche en la que ocurrirán toda clase de desgracias.
Los perversos Pelirrojos ven facilitada su tarea cuando una sombra presenta regiones peninsulares. Así, las personas que llevan objetos en la mano o sombreros puntiagudos o bufandas al viento, no hacen más que acercar el fin del mundo.
Pero la revelación más siniestra de los Brujos se escribe así: nuestro destino es convertirnos en nuestra propia sombra. El universo se va ensombreciendo a cada instante. Nuestros cuerpos de tres dimensiones serán cada vez más insignificantes y, en cambio, crecerán nuestras proyecciones oscuras. Al cabo, no habrá en Flores ni en ninguna otra parte, otra cosa que sombras.
Para algunos, ese día ya ha llegado. En ciertas cuadras de la calle Membrillar ya viven únicamente sombras, cada vez más tenues, cada vez menos perceptibles, arrastrándose hacia la ausencia absoluta.


LA CONVERSIÃ?N DE LOS DESCREÃ?DOS

Entre tantos amoríos como tuvo, el poeta Jorge Allen solía encontrarse con Adriana, una muchacha silenciosa y apasionada, con amplia vocación de clandestinidad.
Ella jamás proporcionaba ninguna clase de información mundana. Allen nunca supo su apellido, ni conoció a ninguna de sus amistades. Tales lejanías entusiasmaron al poeta, de modo que sus citas se hicieron cada vez más frecuentes. Pero no puso en ellas más que una pasión violenta. No sentía celos ni interés por lo que Adriana hiciera más allá de sus encuentros. Ã?l creía saber que ella estaba de novia con un escribano o tal vez con un esgrimista.
Una noche cualquiera, la hermosa muchacha le dijo:
-A partir de ahora nos veremos menos. Tengo un novio.
Allen no se alarmó. Pero lo cierto fue que jamás volvieron a verse. Cuando comprendió el carácter definitivo de aquel abandono, el poeta reparo en unas tristezas nuevas, que no había experimentado nunca, ni siquiera ante la ausencia de sus novias más clásicas. Por un instante, sintió la tentación de escribirle o de llamarla por teléfono para revelarle un amor que nunca se había verbalizado. Pero no lo hizo. Largos años de sabiduría amorosa le decían que las personas que abandonan no desean oír declaraciones del abandonado. Se dispuso entonces a sufrir el silencio sin molestar a nadie con esperanzas.
Hubiera sido conveniente para esta historia que Adriana también descubriera un amor profundo que no había podido ser percibido entre los apurones del furor erótico. Tal cosa no sucedió. Nadie supo más de ella.
Jorge Allen era poco propenso a la confidencia. Sin embrago un año después, aburrido por el retraso de unos trenes, le contó a Manuel Mandeb los pormenores de su desventura. Mandeb se subió a uno de los bancos de la estación y gritó:
-¡Milagro, milagro!
Después abrazó a Allen y le dijo:
- Hasta hoy no poseía la fe, pero al oír esta historia, he comprendido que es inevitable que el cielo exista o que volvamos a nacer de algún modo. Hace falta otra vida, amigo Allen, sólo para que esta mujer sepa que ha sido amada de un modo irrenunciable por el hombre menos constante. No hay nada superfluo en el universo. Y una pasión como la suya no puede incendiarse sola, sin producir consecuencias, sin que se caigan algunos imperios. Esta noche, cuando llegue a su casa, vaya escribiendo un poema. No cometa la torpeza de buscarla para entregárselo. Guárdelo para el día en que todos nos encontremos otra vez. Eso sí, recuerde que ella tampoco lo amará en esa nueva existencia. Seguramente, encontrará un paraíso junto al escribano o al esgrimista. Usted sufrirá, en ésta y en todas las vidas. Pero piense que, gracias a ese sufrimiento, hemos venido a saber que el mundo tiene un sentido.
En ese momento llegó el tren y los amigos ya no volvieron a hablar del asunto. Jorge Allen solo escribió una línea del poema:

Por dentro y por fuera, tu cabeza ardíaâ?¦

Manuel Mandeb mantuvo su fe hasta unos meses más tarde, cuando otros amores y otros desengaños lo hicieron regresar a su viejo escepticismo.


OLVIDO

La isla de Léucade, en el mar Jónico, tiene una punta altísima y escarpada que penetra en el mar y se interrumpe abruptamente formando un abismo que produce vértigo.
En la antigüedad, los enamorados no correspondidos acudían a ese sitio para buscar remedio a su pena. Según la leyenda, era necesario arrojarse al mar desde aquel promontorio. El salto era tan peligroso que muchos morían. Pero el que tenía la suerte de sobrevivir olvidaba todos sus pesares. Algunos pescadores del lugar se ganaban la vida rescatando de las aguas a quienes no morían. Por esa tarea cobraban una suma modesta.
En tiempos posteriores, se construyó un templo de Apolo. Antes de saltar, los enamorados sacrificaban un animal para que el dios hiciera suave su caída.
Los mitógrafos explican que las virtudes de la roca fueron descubiertas por el mismo Zeus. El príncipe del Olimpo, desolado por el rechazo de una ninfa, pasó largas horas sentado en aquella cumbre hasta que advirtió que un saludable desinterés se apoderaba de su corazón. Olvidada la pena y también su causa, Zeus regresó a su palacio y recomendó a los otros dioses pasar por Léucade cuando anduvieran necesitados de olvido.
Apolo escuchó con atención aquel consejo. Tiempo después, cuando fue consultado por Afrodita, que estaba desesperada por la muerte de su amado Adonis, no vaciló en conducirla al abismo de Léucade. Siguiendo una inspiración, Apolo aseguró a Afrodita que si se arrojaba a las aguas, el olvido sería inmediato. La diosa obedeció y ya no volvió a sufrir por Adonis.
Muchos personajes fueron a buscar olvido en aquel precipicio. Deucalión, hombre inaugural y marido de Pirra; el peta Nicóstrato, rechazado por Tetigidea; Carino, que se había enamorado de un eunuco de la corte de Antíoco Eupator, rey de Siria.
Dos mujeres célebres saltaron hacia el olvido. La primera, Safo de Lesbos. La segunda, la malvada Artemisa, reina de Caria. Esta mujer había sido rechazada por un mancebo llamado Dardano. Para vengarse, Artemisa hizo que le arrancaran los ojos. Más tarde se arrepintió. Un oráculo le sugirió que se arrojara desde la roca de Léucade para olvidar su culpa. Ella lo hizo y murió.
El más exitoso de los saltarines fue Macés, un hombre que, por haber sido exonerado repetidamente, tuvo que arrojarse al abismo siete veces.
En 1907, el médico argentino Alberto Gutiérrez Lima oyó hablar de las propiedades de la roca de Léucade. Desde hacía años arrastraba una pena de amor. La señorita Catalina Sureda lo había abandonado del modo más terminante.
Gutiérrez Lima viajó hasta las islas Jónicas, se las ingenió para llegar al promontorio y pegó el salto con triste dignidad. Ante la ausencia de pescadores que lo rescataran, tuvo que ganar la costa a nado. Después, regresó trabajosamente a donde había dejado sus cosas. Y allí mismo, todavía mojado y en calzoncillos, se pegó un tiro.

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