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miércoles, 8 de abril de 2015

Leibniz: el preguntón, arbitrando entre obviedad y aporía




Escrito por Lic Ramón D. Peralta


Leibniz: el preguntón, arbitrando entre obviedad y aporía






Empezando por lo último, que siempre es lo primero. Liebniz es quizás uno de los maestros de la aporía, entendiéndose como aporía uno de los antónimos de obviedad. La aporía (del griego á¼?Ï?οÏ?ία, dificultad para el paso), a veces escrito como aporima, alude a la ingeniería del lenguaje y el pensamiento que no puede evitar recalar en sórdidas controversias espistémicas, o bien, en extravagantes o vulgares contradicciones dialécticas, generadoras éstas, de paradojas que pueden ser o no catalogadas como irresolubles. De hecho, todos alguna vez incursionamos - aun sin premeditarlo -, en la aporía, como tampoco estamos inmunizados contra la obviedad. "Obviamente" todo se pone mas fenomenológico, si le agregamos de condimento al dialelo...y que se pudra todo. Lo que divide las aguas, es la ausencia del mismo tipo de agua.





Esa exótica jugarreta supraestructural nos dice que, a pesar de nuestras ínfulas exegetarias y existencialistas, hay algo que nos supera - aun en el pseudo estructuralismo del lenguaje y del conspicuo método de la lógica -, la naturaleza. La filosofía suele ser tan obvia como aporética, sin cuya desinhibida combinación, deambularíamos errantes y a la deriva por el Mar de los Sargazos.





El dogmatismo es a la obviedad, lo que la metafísica a la aporía, una porquería. Pero juntos, son otra cosa, romance con la sabiduría.





En ciertos casos, las aporías se presentan como dificultades lógicas, casi siempre de índole especulativo. En otras palabras, la aporía es el vehículo que usa la mente para deconstruir el lenguaje de las paradojas que a priori, se presumen sin solución. O bien, se usan para auscultar la mangas medidas de la estupidez inmanente a la obviedad. Mientras que los cientifistas se enamoran de las sombras que proyectan las hidalgas obviedades, los filósofos puros se separan del absolutismo dogmático, mediante un prolífico arsenal de aporías de destruccción masiva. ¿Quién quería hablar de la tercer guerra mundial?




Mientras que la obviedad se pretende como la heredera natural de la extinta realidad, la aporía, por el contrario, hace gala de su cinismo mediante paradojas que a prima facie lucen irresolubles, so tampoco algo que se pueda afirmar, porque es una locura momentánea susceptible de ser una verdad revelada en el futuro, ya que muchas aporías del pasado (exparadojas) luego han sido resueltas en la racionalidad - merced a los avances cognitivos o a -, los cambios de paradigma, de cosmovisión o de episteme


La obviedad es una proposición que se augura incontrastable, ergo aquella que parece inmediatamente verdadera para todos, ergo que cualquiera la entienda. Esto en apariencia, puede ser así, porque se trata de una evidencia autorreferencial fácil de comprender (eso creemos).

Cierto día Gottfried Wilhelm Leibniz, se levantó algo "mas turbado" que de costumbre, y se hizo la inmortal pregunta del millón: ¿Por qué algo y no más bien la nada?.


La inmensa pregunta de Leibniz, resume así lo enunciativo, lo meramente formulable, el sínodo del determinismo, y asimismo la clave por la que se ingresa al mundo de la metafísica. Deleuze la llama ratio essendi: ¿Por qué esto en lugar de lo otro? La ratio existendi: ¿Por qué un nombre para cada cosa?. Ratio cognoscendi: ¿Por qué si el nombre y la cosa son indiscernibles y diferentes de las otras unidades, sus diferencias se hacen infinitamente pequeñas en la regresión de la serie causal?...la ratio fiendi.


'¿Por qué existe algo y no más bien nada?', que el filósofo alemán Martin Heidegger expresaba así: '¿Por qué existe en absoluto el ente y no más bien la nada?', ante lo que llamaba "el milagro de los milagros".

Ciertamente, la ciencia ha contestado ya a muchas preguntas importantes: ¿cómo se mueven los planetas?, ¿cómo se reproducen las plantas?, ¿cómo aumentar la producción de la soja?... Pero, ¿podría contestar a todas?, por ejemplo, ¿es mejor Maradona o Messi?, ¿debe existir el amor y el odio?, ¿por qué me apacigua el Bolero de Ravel y me excita la Obertura 1812?, ¿Por qué hay tantos clichés sobre la felicidad, debo creer en ellos?, ¿Por qué a veces me deprimo sin explicación alguna, y en otros, me siento el Dios de Poringa?.. Sin duda la ciencia puede ayudar a responder algunas de estas interrogantes, pero ¿Puede contestarlas correctamente como un absoluto ad infinitum?, ¿Puede dar soluciones cosmogónicas, existencialistas, humanas, universales y naturales estando la ciencia en plena soledad?, ¿Qué nació primero, la ciencia o la filosofía?....¿Acaso alguien, cree realmente que pueden ser separadas?


¿Existe algo por fuera del pensamiento?, ¿Y si existe, cómo descubrirlos?

La pregunta de Leibniz es lo mas próximo a la filosofía pura, ya que toda proposición metafísica es analítica pero también crítica. Los predicados están incluidos a priori en el sujeto. El mundo leibniziano es un remolino de razón, intuición y sentimiento. No falta nada, coherencia, vértigo, fatiga, impulso y paradigma. Nos fagocita en el infinito. Las diferencias son evanescentes. Nos caemos en la continuidad por la disolución infinita de las diferencias. Es un universo paralelo donde son soberanas las aproximaciones. El océano, se torna en un infinito sensorial de gotas que bardean entre sí. Escuchamos el sonido de las olas, pero no el susurro de las gotas.

En contra de lo que se suele suponer, la ciencia anuncia permanentemente los nuevos descubrimientos de creencias y pareidólicos actos de fe, los llamados "principios". Por ejemplo, el principio de relatividad, el de homogeneidad del espacio y del tiempo, el de conservación de la energía -.el principio del alpedismo del filósofo....


....se trata de afirmaciones fundamentales en acuerdo con la experiencia, al menos hasta ahora, que no puede deducirse de otras más fundamentales aún en las que se basta todo el edificio conceptual. Un edificio que simula haberse construido sobre bases sólidas, hasta que un nuevo tsunami de obviedades lo demuele hasta los cimientos. Hoy los nuevos descubrimientos cuánticos y relativistas están amenazando con remodelarle el barrio a la ciencia clásica - quién se arrogaba (hasta ahora) - la paternidad de la certidumbre.


De vez en cuando, y mas cuando que de vez, se refuta algo y hay que cambiarlo, matizarlo o desahuciarlo, pero, mientras estén en vigor, se cree en ellas como buenos loritos amaestrados que somos, no se deben poner a prueba (no jodan).


Nadie ha contestado nunca, ni creo que lo haga en la eternidad, la pregunta de ¿por qué son válidos estos principios?. Simplemente deben serlo, como quién paga un impuesto sin chistar o como quién acata una nueva ley, sin preguntarse por los derechos de la coherencia y la laxitud. Las razones de la "normalidad" solo son un mero subterfugio de los impostores.

En la filosofía de Leibniz nuestra representación del universo es inconsciente. Por ejemplo: no tenemos conciencia del proceso oceánico, mucho menos a nivel constitutivo ergo el de las subpartículas. Solo percibimos los efectos de la "manada" (mónada). El clamor del conjunto, de los cuerpos con formas de Dios. De los océano a la gota de agua, y de ésta a los femiones.


Vaga la paradoja de "la molécula más cercana" - ejemplo ilustrado por Deleuze - a nuestro cuerpo, al rozarse con el mismo, produce un incremento supletorio que marca la diferencia puntual en el indiferenciado magma. El infinito de pequeñas percepciones deviene en acto consciente. No hay relación de partes sino derivación.

Su mundo monádico en donde cada elemento tiene un lugar agenciado por el "creador" que todo lo sabe, todo lo ve, todo lo indiferencia (...) le sirve de espejo para idear un imperio ordenado de acuerdo a una voluntad colectiva en la que los grandes se unen frente al "loco del rebenque"


De manera que las mónadas para Leibnitz, están distribuidas en orden jerárquico. Creadas por Dios, tienen esencia, consistencia y una ley funcional interna, por lo tanto, todas las mónadas del universo tienen una relación de correspondencia armónica.

Las mónadas, cuando desarrollan su propia esencia, coinciden y se corresponden con las demás mónadas en una armonía perfecta. Así resuelve Leibniz el problema filosófico de la separación del cuerpo y el alma.

Con respecto al mal, Leibniz nos dice que el mal es necesario porque el mundo es limitado y material; y la materia contiene la privación; y además, si no existiera el mal no podríamos distinguir el bien. La teoría de Leibniz se considera una doctrina optimista, porque sostiene que el universo de las mónadas es el mejor y el más perfecto de los mundos posibles.



Leibniz parte de la metafísica de Descartes, del yo pensante, aceptando distinguir como él las ideas claras de las confusas. Las ideas claras son innatas y la razón para Leibniz es la que aclara las ideas confusas. No acepta la idea de Descartes de considerar a la extensión como inocuas figuras geométricas.

A Leibniz le interesa saber cuál es el origen del movimiento; y esa neurótica pesquisa, lo lleva con renovado frenesí al encuentro del concepto de fuerza. Para Leibniz, los cuerpos son principalmente fuerzas, energía, conglomerados dinámicos - por lo tanto -, rescata la palabra mónada utilizada por los filósofos antiguos, para definir el orden de la sustancia que debería ser real, cuanto menos como foto diacrónima de una recreación mental que nos permita tolerar desde la razón y el corazón a un universo sincrónico en permanente movimiento

La mónada tiene la característica de ser indivisible y única, no hay dos iguales, no es clásicamente material, es energía activa con capacidad para actuar, porque la mónada tiene la propiedad de percibir, construir, destruir y apetecer.

Su percepción es la representación de lo múltiple en lo simple y está determinada por una ley interna que define su individualidad metafísica sustancial; y su apetición es su tendencia a pasar de una percepción a otra. La mónada también tiene apercepciones, es decir que se da cuenta que percibe, tiene conciencia que está percibiendo. Las mónadas que tienen apercepción y memoria son las almas en un plano superior de la jerarquía metafísica.

El hombre posee un alma con percepción y memoria so también percepciones sin conciencia. Leibniz reconoce la existencia de un plano aún más alto en la jerarquía metafísica correspondiente a los espíritus. El espíritu como inescrupuloso profanador de obviedades científicas, aquel que nos arranca de la haraganería dogmática para impulsarnos hacia adelante.


Los espíritus para Leibniz son las almas inmaculadas que, además, tienen la potestad de oficiar de anfitriones de los catadores de verdades racionales, saborearlas e intuirlas. En el punto más elevado está Dios, que es la mónada perfecta, donde todas las percepciones son apercibidas, pero asimismo bendecidas por lo inconsciente - donde todas las ideas son claras ilusiones de lo que somos y queremos ser -, y donde se refleja el universo desde todos los ángulos del simulacro. Hay un claro desafío a los límites conservadores de la posibilidad filosófica en Leibniz, y eso me conmueve, me obnubila y me obliga a estudiarlo sin reparos ni remoloneo.





¿Por qué algo y no más bien la nada?...CONTINUARÃ?

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