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jueves, 9 de abril de 2015

El mejor de los Novísimos( un gran poeta).


Guillermo Carnero Arbat (Valencia, 1947), poeta perteneciente a la corriente de los novísimos, una de las más reconocidas y relevantes en la poesía española contemporánea; es profesor e historiador de las literaturas dieciochesca y decimonónica (con particular énfasis en el Romanticismo), y ha investigado también el arte de las vanguardias.

Tres poemas de su primer libro.

Dibujo de la muerte (1967)


BOSCOREALE

Beatriz Cenci murió a los dieciséis años, en mil quinientos noventa

y nueve.

A veces basta el roce de un periódico sobre el asfalto humedecido por

la noche

para que surjan del légamo serpientes resbaladizas como el musgo

que hace que los deseos, que ni siquiera fueron más que un divertimento

displicente,

sean en los ojos de las estatuas desnudas en la nieve

un suave abandono, una vaga sonrisa mientras se sirve el cocktail.

No recuerdan las losas nuestro paso; no queda

ni una señal sobre su superficie.

Haber rodado como muertos planetas insensibles

o haber muerto en el punto más alto de la vida. Porque así no vendría

el recuerdo, con sus gestos de trágico de feria,

agitando sus trapos remendados

----su retrato sigue perdiendo color en el Palacio Barberini

o al menos allí estaba en mil ochocientos veintitrés, cuando lo vio

Stendhal----

arrastrando su peluca de cascabeles por el limo,

agitando el fondo de las aguas estancadas

como las acacias que soñó Rousseau, en el valle del Bièvre.


El mejor de los Novísimos( un gran poeta).

Retrato de Beatrice Cenci de la colección Barberini.




TEMPESTAD


Giorgione.


Una paloma en llamas aparece

de súbito, Desgarra incandescente

la daga las pupilas del halcón.

Escamas plateadas, coseletes

de púrpura, la pluma de airón barre

el oro y el azur. Desnúdate

bajo la verde bruma de este sauce

y serás fácil presa para el rayo.

Desnudos son los árboles, desnudos

los juncos en el río. Ruedan blancos

nenúfares cortados, aletea

acá y allá la espuma. Entre la fronda

emergen las luciérnagas, pupilas

que temen a la luz. Cae una gota

sobre el helado filo de las lanzas.

Emergen en el mar, sobre tu piel,

puñaladas de frío. Si las ramas

te acosan, si las víboras descienden

a la sedosa curva de tu pecho,

si atenaza tus sienes una hilera

de vírgenes corolas, mercuriales

y cítisos azules, no liberes

el nácar de tu pie. Pronto, en lo oscuro,

teñirán los fulgores de la antorcha

el roce de la seda.

Rugirán a los cielos las gargantas

abrasadas de sangre. Los arroyos

lavarán los sangrientos cortinajes

y el cálido plumón pisoteado.

Un concierto de garras y zarcillos

ambiciona tu cuerpo.

Los laureles

gotean, y en el tibio sol retozan

blanquísimos caballos, con guirnaldas

de flores en la grupa


poeta espanol

La Tempestad, obra de Giorgione, hacia 1518.





PLAZA DE ITALIA

De Chirico.


Es tan sólo una geografía de dormidos cadáveres de níquel lo que se

nos ha concedido.

Una anatomía trazada por imborrables cuchillos de luna.

Como los ojos extrañamente sorprendidos ----a pesar de una tenue

indiferencia que recuerda el paso de los siglos----

de las muchachas apoyadas en el pretil de los puentes en los primeros

días de las postguerras,

en la noche estancada todas las cosas detienen el delirio de sus límites

como el puñado de pequeños objetos y baratijas que sobre una manta

---dedales, alfileteros y flores de papel----

ancianas de ojos opacos venden en las plazas los días de fiesta,

aseguran al viajero que están recién fregadas las losas de la plaza

y que podrá, entre los pórticos abiertos a todos los caminos de la tierra,

extender sobre las piedras pulidas por el vaho de la luna

el reducido bagaje de su amor no correspondido, de su soledad vieja

como el mundo,

el reducido puñado de figurillas y papeles arrugados

con los que comerciar quizás un poco de amor compartido,

que podrá rodear despacio y abrazar con sus ojos esa frágil reciedumbre

de las cosas

que, por una vez, en el tiempo detenido, van a ser su patrimonio.

Sí, van a ser su patrimonio, como la paloma que aquel niño grabado en

la piedra

acercó a su boca a la hora de morir,

como los labios de las modelos lacerados sobre los carteles

un día cualquiera al amanecer, mientras la luz detiene sus carámbanos

sobre las losas de esta plaza, arrullando

la sombra detenida de los arcos y el mármol pulido de las columnas,

arrullando los arcos hasta el sueño.



novisimos


Giorgio de Chirico, Plaza de Italia. Ã?leo sobre tela, 1913.


El tipeo es mío, traté de mantener la versificación original del autor.

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